José permanecía oculto detrás de los arbustos, el sonido del agua corriente cubría por completo el ruido de sus pequeños pasos y agitada respiración. Sabía muy bien que debía ser paciente, tarde o temprano la cacería daría resultado. Un ruido lejano anunciaba la llegada de una oportunidad, José estaba por completo inmóvil, sostenía con fuerza una lanza que le había dado una decena de triunfos en otras ocasiones. Los árboles y el río parecían ayudarle con un enorme silencio anunciaba el certero ataque, José se lanzó sobre la presa como animal de presa, pronto enterró el afilado tubo en forma de lanza justo al centro del pecho del joven corredor que tuvo el infortunio de pasear por ahí, sin duda sería un suculento desayuno para José Dorángel Vargas, el más prolífico de los caníbales de los que se tenga memoria.
Dorángel Vargas, “el comegente” nació en el seno de un hogar de campesinos venezolanos que no tuvieron los recursos suficientes para enviarlo a la escuela, quedando solo hasta el tercer grado de primaria, pronto tuvo que enfrentarse a las calles en las que se inició con una cadena de robos y ataques que lo llevaron a ser detenido en dos ocasiones por sustracción de ganado, probablemente fueron hurtos cometidos por la desesperación que solo el hambre y la indigencia puede propiciar.
Tras varias décadas en la pobreza, José Dorángel Vargas recurrió a otras maneras de encontrar alimento, se cree que los asesinatos con propósitos gastronómicos iniciaron a finales de la década de los 90, entre 1998 y 1999, cuando en la zona de víctimas del parque Doce de Febrero de Táchira, Venezuela, iniciaron los reportes de desapariciones de personas, muy cerca del río Torbes.
La búsqueda no se hizo esperar, tras una de tantas revisiones, dos miembros de la armada encontraron un depósito clandestino de cadáveres, al inició se encontró los restos de tan solo dos cuerpos, pero pronto se hallaron seis más, todos con las mismas características de haber sido descuartizados y habérsele cercenado las manos y los pies para ser enterrados por separado.
Una búsqueda profunda llevó a las autoridades a dar con un rancho propiedad de José Dorángel Vargas, en él se encontraron aún más cadáveres listos para ser ingeridos, así como pies, manos y cabezas separadas de sus cuerpos.
Al ser aprendido, José Dorángel admitió el asesinato con fines de ingesta, debido a lo precario de la vivienda y carecer de un sistema de refrigeración, se calcula que el homicida mantuvo un promedio de dos asesinatos semanales, ritmo suficiente para cocinar la carne humana de al menos 40 personas, sin que ésta se echara a perder.
Curiosamente, la dieta de José Dorángel Vargas, no incluía mujeres ni tampoco infantes, según sus propias declaraciones la carne más deliciosa era la del vientre de los varones jóvenes, carne que según él, tiene un sabor muy cercano al de las peras frescas.